Jacinto Convit, médico venezolano e hijo del inmigrante catalán Francisco Convit, dejó una huella imborrable en la medicina mundial. Fallecido en Caracas el 12 de mayo de 2014, a la edad de 100 años, Convit dedicó su vida a la lucha contra la lepra, no solo buscando una cura, sino también combatiendo el estigma social que rodeaba a la enfermedad, considerándose uno de los mayores expertos en la materia a nivel global.
Su camino en la medicina comenzó a tomar forma en 1938, cuando culminó sus estudios en la Universidad Central de Venezuela (UCV). Rápidamente, obtuvo un puesto como dermatólogo en el Hospital Vargas de Caracas, pero su interés por la lepra ya había florecido un año antes, mientras aún era estudiante. Este interés lo llevó a unirse a un equipo de investigación en la leprosería de Cabo Blanco, un lugar donde la realidad de los enfermos era desgarradora: confinamiento involuntario y, en muchos casos, el uso de cadenas.
El hijo de Francisco Convit y Flora García Marrero, años después, recordaría que su motivación principal era “el deseo de resolver un problema grave de privación de libertad y de prejuicio de la sociedad, que no tenía razón de ser”. Era una época en la que la dapsona, un compuesto que sigue siendo fundamental en el tratamiento de la lepra, ya estaba bajo investigación. Sin embargo, el gran avance de Convit llegaría con el descubrimiento de una combinación que cambiaría el curso del tratamiento. Demostró los efectos positivos de mezclar el Mycobacterium leprae (el bacilo de Hansen, causante de la lepra) con la BCG, la vacuna utilizada contra la tuberculosis.
Reconocimiento internacional y la búsqueda de nuevas curas
El innovador abordaje de Jacinto Convit para combatir la lepra, así como sus extensos trabajos en la prevención y tratamiento de diversas enfermedades parasitarias – incluyendo la leishmaniasis, la oncocercosis y la micosis–, le valieron un merecido reconocimiento internacional. En 1987, su labor fue honrada con el prestigioso Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica. Este galardón fue un preludio a su nominación, un año después, al Premio Nobel de Medicina, consolidando su posición como una figura destacada en la ciencia médica.
Su influencia se extendió más allá de la investigación. Entre 1968 y 1978, Convit presidió la Asociación Internacional contra la Lepra, un testimonio de su compromiso con la erradicación de esta enfermedad a nivel global. Bajo su liderazgo y tutela, en 1972, se fundó el Instituto Nacional de Dermatología en la UCV. La Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoció la importancia de este centro al designarlo como sede de referencia latinoamericana para la lepra y otras enfermedades tropicales.
La evolución de este centro de investigación continuó, y en 1984, se transformó en el Instituto de Biomedicina. Este instituto, que tras el fallecimiento de Convit sería rebautizado con su nombre, se convirtió en el epicentro de sus investigaciones, incluso en sus últimos años.
Convit impulsó en el 2010, a la notable edad de 97 años, una investigación pionera que se mantiene activa a inicios de 2025. Este proyecto busca desarrollar una autovacuna contra el cáncer de mama, estómago y colon, demostrando su incansable espíritu de innovación y su compromiso con la búsqueda de soluciones a enfermedades devastadoras.
Humanismo, medicina pública y un encuentro fortuito con el Che

Más allá de sus logros científicos, el hijo de Francisco Convit fue reconocido como un humanista comprometido. Fiel a sus principios, siempre optó por desarrollar su labor en el ámbito de la medicina pública, buscando el bienestar de la sociedad por encima del beneficio personal. Su legado también se extendió al ámbito institucional, con la creación, hace dos años (en 2023), de una fundación en Caracas que lleva su nombre, perpetuando su memoria y sus valores.
La vida de Convit estuvo llena de momentos significativos, y entre ellos destaca un encuentro fortuito con Ernesto “Che” Guevara, cuando este último aún era estudiante de medicina. Durante su viaje en motocicleta por Latinoamérica junto a su amigo Alberto Granado, Guevara llegó a Venezuela. El viaje, inmortalizado en la película “Diarios de motocicleta”, culminó precisamente en ese país, donde Granado y Guevara tomaron caminos separados.
Granado encontró trabajo como bioquímico en la leprosería de Cabo Blanco, contratado por el propio Convit. El mismo Granado relató que asistió a la entrevista de trabajo acompañado por Guevara. Antes de regresar solo a Argentina, el futuro líder revolucionario acompañó a Granado a la leprosería.
+ There are no comments
Add yours