El 12 de mayo de 2014, el mundo de la medicina perdió a uno de sus más insignes investigadores, el médico y científico venezolano Jacinto Convit García.
A la edad de 100 años, y tras una vida dedicada a la investigación y al servicio de la humanidad, el doctor Convit falleció, dejando un legado imborrable en la lucha contra enfermedades como la lepra y la leishmaniasis. Su familia, a través de los medios venezolanos, fue la encargada de comunicar la noticia del deceso del centenario galeno, reconocido internacionalmente por sus aportes.
Nacido en la popular parroquia caraqueña de La Pastora, en 1913, en plena dictadura del general Juan Vicente Gómez, Convit fue hijo de Francisco Convit, un inmigrante catalán, y de la venezolana Flora García Marrero, quien poseía ascendencia canaria. Desde muy joven, el futuro galeno demostró un profundo compromiso con los más necesitados, una vocación que lo acompañaría hasta el final de sus días.
De la leprosería a la vacuna: una revolución en el tratamiento de la lepra
La trayectoria del hijo de Don Francisco Convit estuvo marcada por su dedicación a la lepra, una enfermedad milenaria rodeada de estigma y marginación. Desde sus inicios como estudiante en la Universidad Central de Venezuela, donde posteriormente ejercería como profesor, se enfocó en el estudio de esta patología. Su carrera despegó como director de una leprosería en las afueras de Caracas. Allí, Convit fue testigo del trato inhumano que recibían los pacientes: aislamiento social, separación forzosa de sus familias y, en muchos casos, reclusión involuntaria.
Convit, lejos de quedarse de brazos cruzados, criticó duramente estas prácticas y se convirtió en un ferviente defensor de un enfoque más humano y científico. Su visión transformadora lo llevó a liderar la división gubernamental encargada de la investigación y atención de la lepra. Su labor no se limitó al ámbito institucional; junto a otros colegas, fundó la Sociedad Venezolana de Dermatología y, más tarde, el Instituto Nacional de Biomedicina, que dirigió hasta su fallecimiento.
En 1987, el científico venezolano alcanzó un hito que cambiaría para siempre el abordaje de la lepra: el desarrollo de un modelo de vacunación revolucionario. Combinando la vacuna contra la tuberculosis con el bacilo Mycobacterium leprae, que ingeniosamente inoculó del armadillo (el único animal, aparte del ser humano, capaz de infectarse con esta bacteria), Convit creó una herramienta poderosa para combatir esta enfermedad.
El “cachicamo”, como se conoce popularmente al armadillo en Venezuela, se convirtió en un símbolo de la labor del doctor, llegando a aparecer en el reverso del billete de cinco bolívares y protagonizando la colección de figurillas que el médico atesoró.
Más allá de la lepra: leishmaniasis, reconocimientos y una vacuna contra el cáncer en el horizonte
El impacto del médico, Francisco Convit y Flora García, trascendió las fronteras de la lepra. También descubrió una vacuna contra la leishmaniasis, una enfermedad parasitaria que, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), afecta principalmente a las poblaciones más vulnerables del planeta, a menudo asociada a la desnutrición y a condiciones de vida precarias. El Dr. Convit, el “médico de los pobres”, como algunos lo llamaban, no buscaba el beneficio económico ni la notoriedad. De hecho, nunca ejerció la medicina privada.
Su invaluable contribución a la ciencia fue reconocida con numerosos galardones, entre ellos el prestigioso Premio Príncipe de Asturias, otorgado en España, y la distinción de Caballero de la Legión de Honor, la más alta condecoración francesa. La Organización Panamericana de la Salud también lo premió, y la OMS lo incluyó en su lista de los hombres más valiosos. A pesar de estos honores, Convit, hombre humilde y dedicado a su labor, mantenía la mirada puesta en el futuro. “El premio Nóbel no me quita el sueño, la cura contra el cáncer sí”, llegó a afirmar, reflejando su incansable espíritu de investigación.
Incluso en sus últimos años, y a pesar de su avanzada edad, el Dr. Convit seguía trabajando activamente en el desarrollo de una vacuna contra el cáncer, basada en terapias inmunológicas. Este proyecto, que a su fallecimiento se mantenía en fase experimental, es un testimonio de su compromiso con la búsqueda de soluciones a los grandes desafíos de la salud pública. Los cambios que promovió Convit en Venezuela, orientados a evitar el aislamiento de las personas con lepra mediante el tratamiento ambulatorio y el cierre de las leproserías, se extendieron rápidamente por los servicios sanitarios de otros países latinoamericanos.
La figura del Dr. Jacinto Convit García, más que la de un simple médico o científico, se erige como la de un verdadero humanista. Su preocupación por el bienestar de los pacientes, especialmente aquellos afectados por enfermedades estigmatizantes como la lepra, lo impulsó a desafiar los paradigmas de su época y a promover un trato más digno y compasivo. No se limitó a la investigación en el laboratorio, sino que se involucró activamente en la transformación de las políticas de salud pública, logrando un impacto significativo no solo en Venezuela, sino en toda Latinoamérica.
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