Por Manuel Malaver | Opinión
Se llamaban hermanos, les gustaba aparecer abrazados y durante los años que
estuvieron, uno en la presidencia de Brasil y el otro en la de Venezuela,
puede decirse que forjaron una amistad de hierro que ni la desgracia política,
ni la muerte física lograron alterar.
Una suerte de atracción fatal o fusión reloaded que, después reveló, fue la
ocasión de una inauditable corrupción generalizada que los involucró a ellos,
sus países y las élites que los rodeaban.
Sin embargo, eran algo disímiles en lo ideológico, pues mientras Lula
practicaba una versión de socialismo light cercana a la que Felipe González
ensayó en España, Chávez fue derivando hacía un marxismo ortodoxo de signo
stalinista y castrista, intolerante y estatocrático, más afín a su naturaleza
caudillista, militarista y dictatorial que aspiraba, incluso, a fundar una
dinastía.
Lula fue obrero metalúrgico, pero de los de verdad, de los que hacían horarios
y huelgas en su Sao Paulo natal en tiempos de los generales dictadores de los
70 y 80, en cambio que Chávez, viniendo de una pareja de maestros rurales,
nunca llegó a ser realmente nada, pues ni el campesinado, ni la milicia,
dejaron huellas perdurables en su vida.
Otra diferencia venía por los estilos, pues mientras Lula podía lucir
discreto, afásico y disfuncional, Chávez era el propio atorrante, inflado,
echón, ampuloso, de una oralidad rayana en la paranoia, mentiroso y fabulador
y decidido a trucar verdades y mentiras con tal de procurarse unos aplausos,
algunos “vivas”. “Delirio” es una palabra que podría develar muy bien la
misteriosa relación entre estos dos hombres y la atracción que, quizá sin
quererla, proponérsela, ni concientizarla, fue arrastrándolos de conjunto a
uno de los fracasos históricos más colosales de todos los tiempos y que, si
bien a uno le significó la muerte física y al otro la política, no hay dudas
que los dejó en el mismo basurero.
Chávez soñaba con convertir a Venezuela en el nuevo centro restaurador de la
revolución y del socialismo mundial, con Caracas pasando a ser la nueva
Habana, Moscú o Pekín, y él, el también llamado “Centauro de Sabaneta”,
devenido en una suerte de Lenin. Stalin, Mao o Fidel redivivos ante el cual
tendrían que rendirse los pueblos, las naciones y los imperios.
En cuanto a Lula, sus aspiraciones eran más modestas (obrero él) y jamás
habría pensado realizarlas por el lado de la revolución y el socialismo que
consideraba utópicos, inviables, y definitivamente anacrónicos, pero si, como
buen brasileño y del Corinthians, una vez en el poder, lo acometió la insania
de despertar al gigante dormido y ponerse al frente de la cruzada que, al fin,
lograra que el imperialismo de la samba y el fútbol dejara de ser una promesa.
Chávez andaba buscando un imperio, una supra organización política, económica
y militar que se prestara a enfrentar y sustituir en la región a los odiados,
democráticos y capitalistas Estados Unidos de Norteamérica, de modo que,
cuando el primero de enero del 2003, Lula fue electo presidente de Brasil, el
militar retirado establece que, no solo se ha encontrado con un imperio sino
con “un imperio socialista”.
Puede entonces decirles a sus huestes de dentro y fuera de Venezuela, que no
solo ha sonado la hora de la revolución y el socialismo, sino de la emergencia
de su gigante político, económico y militar que llevaría a Suramérica a la
tierra prometida y estaba presto a encabezar el Armagedón que desaparecería a
los yanquis de la faz de América y de la tierra.
Ahora bien, un imperio, subimperio, o transimperio para ser tomado en serio
debe contar con expansión territorial, comercial, económica, financiera y
tecnológica y a suplir todas estos déficits o carencias llegó el ciclo alcista
de los precios del crudo (2004-2008) que, en Venezuela, en su momento de mayor
auge, alcanzó los 128 dólares el barril y aportó los recursos necesarios para
que Chávez cumpliera la aberración que lo persiguió toda la vida: ser un
colonizado incurable.
Es imposible describir en unas pocas líneas el vértigo que se apoderó de
socialistas venezolanos y brasileños, de Chávez y de Lula, para que Venezuela
despachara las relaciones económicas y comerciales que por décadas –y casi
siglos- había sostenido con otros países extranjeros, y en particular con los
Estados Unidos, y pasara a sustituirlas por un nuevo empresariado y sus
empresas, de los cuales, hasta hacía unos años, no se tenían noticias.
Pero gigantes de la industria de la construcción como Odebrecht, Camargo
Corrêa, Andrade Gutiérrez y Queiroz Galvão asentaron reales en Venezuela y
puede asegurarse que ya para el 2007 dominaban el 70 por ciento de las
contrataciones que se realizaban en el país para acometer el emplazamiento o
reemplazamiento de las obras de infraestructura que el país pedía a gritos.
En general, fueron acuerdos logrados en el marco de la opacidad que puede
caracterizar las relaciones económicas y comerciales entre dos países
“socialistas”, pero informaciones surgidas de las pesquisas de la “Operación
Lava Jato” -la misma que se implementó para llegar al fondo del
involucramiento de Lula y Dilma Rousseff en la corrupción de Petrobras-, tanto
como 20.000 dólares habían sido lanzados en las fauces de las llamadas “cuatro
joyas” del capitalismo carioca por Chávez y Lula hasta el 2014.
Una minucia si nos dirigimos a los negociados por importaciones de carne de
Brasil a Venezuela, comestibles de todo tipo, electrodomésticos, manufacturas,
máquinas herramientas y materias primas semi elaboradas de la metalmecánica
que es, o era, otro de los fuertes de la diversificada industria brasileña.
Pero fue en las transacciones petroleras, y en el esquema de las relaciones de
PETROBRAS-PDVSA, de las dos estatales de los hidrocarburos, donde se gestaron
los mayores escándalos de la dilapidación de los recursos que ingresaron al
país como producto del ciclo alcista de los precios del crudo y, en el cual,
oleoductos, gasoductos y refinerías que siempre empezaban finándose y jamás
construyéndose, creemos que se operó el esguace mayor de las riquezas
venezolanas.
En definitiva, que, calculamos que no menos de 200.000 millones de dólares
fueron transferidos del tesoro venezolano a los buitres brasileños que,
extrañamente, no estaban constituidos en su mayoría por burócratas del tipo
Marco Aurelio García y José Dirceo, sino por magnates del capitalismo más
agresivo como Marcelo Odebrecht y Octavio Marques de Acevedo.
Lo cierto es que, en la historia de las relaciones internacionales, jamás se
había visto a un gigante haciendo de comparsa a un enano y eso fue exactamente
lo que ocurrió con el Brasil de Lula da Silva plegado sumisamente a todas las
aventuras y delirios que podían estallar en la cabeza alocada de Chávez, que
se extendían por la región y el mundo y causaban no poco asombro por lo que
era un maridaje contra toda lógica y natura.
Pero los negocios eran muchos, demasiados, como puede establecerse de que solo
en el 2007, Odebrecht, le puso el guante a cinco grandes obras de
infraestructura, como fueron “las líneas 2 y 3 del Metro de Caracas, el Metro
de Los Teques, el Metro de Guarenas-Guatire, la hidroeléctrica Tocoma y las
obras civiles para implementar el Metro Cables de San Agustín del Sur”.
En total, dicen los papeles de la “Operación Lava Jato”, Odebrecht podía estar
ejecutando, para el 2014, 32 proyectos, que en su mayoría se caracterizaban
por la “imprecisión de los costos, y calendarios de ejecución y entrega
abiertos, sin fecha fija”.
La línea 2 del Metro de Los Teques, por ejemplo, se inició en el 2007 y debía
entregarse en octubre del 2012, pero todavía en febrero del 2015, la Comisión
de Finanzas de la AN, tenía que aprobar un crédito adicional para el
Ministerio de Transporte y Obras Públicas por 2500 millones de bolívares para
completar la estación “Independencia” de la Línea 2, y quedan otras cinco por
terminar.
Pero Odebrecht, es una de las “cuatro joyas”, ya que, si nos detenemos en las
andanzas de Andrade Gutiérrez, Camargo Corrêa y Queiroz Galvão por el saqueo
de las riquezas venezolanas, no hacemos sino cortar la respiración por la
voracidad, rapacidad y cinismo con que el capitalismo brasileño entra en el
despojo de un país con enormes carencias y que, simplemente, transfiere los
recursos para su desarrollo a unos pillos.
Y aquí volvemos a los “hermanos”, “socios” y “compinches” Lula da Silva y Hugo
Chávez, socialistas y revolucionarios, a las puertas de una prisión que pagó
por cuatro años el primero y en el otro mundo el segundo, y la gran pregunta
es: ¿qué los llevó a ejecutar la ruina de Venezuela, el hundimiento de Brasil
en la peor crisis moral de su historia y a aplicarle la que sin duda es la
estocada final para la utopía que se llamó o llama “socialismo?
Sin duda que la palabra clave vuelve a ser “los delirios”, y la otra, “la
corrupción” con que se lucraron personalmente, a sus familiares y relacionados
y a las maquinarias políticas de las cuales pensaron eran las vanguardias para
la resurrección del socialismo y de todas las distorsiones y desequilibrios
humanos que le son inseparables, inevitables y consustanciales.
Para demostrarlo las “burguesías rojas” que deja el lulismo y el chavismo en
Brasil y Venezuela, y que difícilmente serán objeto de las razias judiciales
que se les vienen encima, porque nada complace más a un empresario
latinoamericano populista que ser mantenido por estos revolucionarios tontos,
fatuos y carne de prisión.
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