Jacinto Convit, figura emblemática de la medicina venezolana y mundial, vino al mundo el 11 de septiembre de 1913 en la popular parroquia caraqueña de La Pastora. Su nacimiento fue el preámbulo de una vida dedicada a la ciencia y al servicio de la humanidad. Hijo de Francisco Convit, inmigrante catalán, y Flora García Marrero, venezolana con raíces canarias, creció en un hogar donde los valores y la moral eran pilares fundamentales, junto a sus cuatro hermanos.
Su periplo educativo comenzó en el colegio San Pablo, bajo la tutela de los Hermanos Martínez Centeno, reconocidos educadores de la época. Posteriormente, continuó su formación en el Liceo Andrés Bello, donde tuvo como mentor a Rómulo Gallegos, a quien Convit recordaría como “un profesor ejemplar de talante visionario”. La influencia de Gallegos, junto con la del profesor Pedro Arnal, marcó sin duda su camino.
Ya como alumno de Medicina en la Universidad Central de Venezuela, Convit demostró ser un estudiante sobresaliente. Sus notas, adornadas con menciones honoríficas en asignaturas clave como fisiología, anatomía humana, clínica médica y clínica quirúrgica, eran un presagio de su futuro brillante. Fue en esta etapa donde el Dr. Martín Vegas, pionero en los estudios sobre la lepra, lo acogió como discípulo. Una visita en 1937 a la Leprosería de Cabo Blanco, un centro de reclusión para enfermos de lepra, encendió la llama de su vocación. La lepra, en aquellos tiempos, era sinónimo de prejuicio y estigma social. Los enfermos eran encadenados y tratados como criminales. Convit, conmovido por el trato inhumano, exigió a los guardias un trato digno para los pacientes.
Cabo Blanco: la universidad del alma y el compromiso con los enfermos
Tras obtener su título de médico en 1938, el hijo de Francisco Convit inició su residencia en la Leprosería de Cabo Blanco, lugar que él mismo denominaría como su “segunda universidad”. Allí, en ese entorno de sufrimiento y marginación, Convit no solo se dedicó al estudio clínico y de laboratorio de la lepra, sino que también aprendió una lección vital: la importancia de la empatía y el respeto hacia el paciente.
“Allí aprendí cómo sufre una persona por estar enferma”, solía decir el galeno. Comprendió que la salud es un tesoro invaluable y que el médico debe ser un amigo, un aliado en la lucha por recuperarla. “Surge la necesidad de tratarlo en una forma familiar, con el respeto mutuo que merecen los seres humanos”, afirmaba, enfatizando la importancia de un trato cercano y humano.
Desde 1943, Convit asumió la dirección de la institución, consolidando su compromiso con los más necesitados. Su excelente formación dermatológica se la debía a dos grandes maestros: Martín Vegas y José Sánchez Covisa. En 1945, el Ministerio de Sanidad y Asistencia Social (MSAS) lo envió a Sao Paulo, Brasil, para conocer los servicios antileprosos de ese país. A su regreso, fue nombrado Director de las leproserías nacionales, cargo que ocupó hasta 1946. Ese mismo año, unió su vida en matrimonio con Rafaela Marotta D’Onofrio, caraqueña de origen italiano, quien se convirtió en su compañera inseparable, su más ferviente admiradora y el motor de sus luchas. Juntos formaron una familia basada en los mismos principios morales que guiaron la vida de Convit, y tuvieron cuatro hijos. Doña Rafaela, como se le conocía cariñosamente, era el complemento perfecto del científico: elocuente, vivaz y con un gran sentido del humor.
Lucha antileprosa y expansión de la dermatología sanitaria
Desde 1946, Jacinto Convit se desempeñó como el primer Director de la División de Lepra del MSAS, impulsando una verdadera revolución en la lucha antileprosa en Venezuela. Su visión trascendió las fronteras nacionales gracias a la creación de 20 servicios anti-leprosos y 171 dispensarios.
En 1962, la División de Lepra se transformó en la División de Dermatología Sanitaria, ampliando su alcance y cambiando radicalmente el enfoque de la lucha contra la enfermedad. Convit, en una muestra de su profundo humanismo, eliminó el aislamiento obligatorio de los enfermos, implementando el tratamiento ambulatorio y el control de sus contactos. Esta medida, pionera en su época, marcó un antes y un después en el abordaje de la lepra.
Su espíritu innovador lo llevó a cofundar, en 1942, la Sociedad Venezolana de Dermatología y Venereología, junto a destacados dermatólogos como José Sánchez Covisa, Martín Vegas y Juan di Prisco. Convit presidió esta sociedad entre 1942 y 1944.
Su sed de conocimiento lo llevó a Estados Unidos entre 1944 y 1945, donde se especializó en la Unidad de Cáncer y Piel de la Universidad de Columbia y en la Universidad Western Reserve (Cleveland, Ohio). De regreso en Venezuela, en 1944, se incorporó como dermatólogo al Hospital Vargas de Caracas, llegando a ser Jefe del Servicio de Dermatología en 1958. Su trayectoria intachable es una clara muestra de su constante búsqueda por la excelencia y el bienestar de la comunidad.
Inmunología pionera y la vacuna contra la Lepra: un legado de esperanza
Jacinto Convit no solo se destacó en la atención clínica, sino que también fue un pionero en la investigación en inmunología de las enfermedades infecciosas. Su contribución más resonante a nivel internacional fue el desarrollo de un modelo de vacunación contra la lepra, un hito que marcó un antes y un después en la lucha contra esta enfermedad milenaria.
El científico venezolano demostró, por primera vez, que una combinación de Mycobacterium leprae con BCG (Bacilo de Calmette-Guérin, utilizado en la vacuna contra la tuberculosis) inducía una lisis total, es decir, una destrucción completa del agente causante de la lepra al ser inyectada en pacientes lepromatosos. Este descubrimiento, que podría compararse con el hallazgo de una llave maestra para combatir la enfermedad, abrió un nuevo horizonte de esperanza.
Posteriormente, el hijo de Francisco Convit y Flora García, en colaboración con investigadores de biomedicina y la Organización Mundial de la Salud (OMS), enfocó sus esfuerzos en la aplicación a gran escala de esta vacuna, no solo para la inmunoterapia de los enfermos lepromatosos y borderline, sino también para la inmunoprofilaxis (prevención) de las personas en contacto con pacientes lepromatosos. Los ensayos se llevaron a cabo en Venezuela, África e India, y los resultados fueron presentados en numerosos trabajos científicos.
Con la misma rigurosidad metodológica, Convit desarrolló la inmunoterapia para combatir la leishmaniasis, otra enfermedad parasitaria que afecta a poblaciones vulnerables.
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